Hoy calle de fray Alonso de la Veracruz
Menos que
calle es y ha sido, según el testimonio de los más viejos abuelos, un callejón
del todo solitario. El antiguo Cuartel Cuarto de la muy noble y leal ciudad de
Valladolid, hoy Morelia. Situado en la avenida Madero Oriente, con la calle
fray Bartolomé de las Casas.
No hay
ninguna casa que llame la atención por
su antigüedad o por su arquitectura; claramente se decía que su
primitivo dueño había sido algún… transplantado de la vieja a la Nueva España
para mejorar su fortuna.
Su actual
arrendatario, era bajito de cuerpo que no pasaba de vara y media su prominente
estatura. Frente espaciosa por desmesurada calvicie, ojos pequeños, montados
sobre una nariz aguileña. Prestaba dinero a rédito y no se le conocía mas
oficio que estar parado a la puerta de su casa ó andar paseándose en la esquina
del callejón mirando curioso, quien entraba y quien salía de las casas vecinas.
Se llamaba Regino de la Cueva.
Aparte de
una simpática señora entrada en años, que por su figura y vestimenta parecía
muñeca y era la esposa de don Regino, tenían una hija linda como una estrella,
de hablar expresivo y sonoro como campanilla de plata. Su nombre era tan
hermoso como su persona se llamaba Gracia de la Cueva. Su vida religiosa
discretamente llevada consistía en acudir a la práctica piadosa que las monjas
Catarinas solemnizaban en su templo que distaba dos pasos de la morada de la
señorita doña Gracia.
A pesar
del minucioso cuidado de su padre que iba y venía sin descansar a todas horas
de un extremo al otro de la calle, lanzando miradas y arrojando toses de
trueno, con un constante taconeo de granizada, ahuyentando a los enamorados de
su hija.
Sin
embargo, había un joven gallardo de entre todos resaltaba por su seriedad,
nobleza y galanura. Era el único hijo de un poderoso hacendado, el joven don
Antonio de la Riva. A pesar de su seriedad, seguía la regla de todos los
enamorados de entonces, llevaba serenata a los pies de los balcones de la morada
de doña Gracia de la Cueva. Las estudiantinas llevadas por Antonio de la Riva, entonaban
himnos sobre la belleza de doña Gracia, que a su vez mordían la avaricia de don
Regino.
Don
Antonio de la Riva, correspondido por su dama, preparaba cuidadosamente las
esplendidas ofrendas para el matrimonio. Una mañana de primavera, una lujosa procesión
de damas y caballeros marchaban en doble fila cerrando la comitiva don Regino
que llevaba del brazo a la joven doña Gracia. El novio don Antonio de la Riva
aguardaba acompañado de los sacerdotes, al darse la mano los novios y recibir
la bendición nupcial, un arroyo de armonía retumbó en el templo.
El humo
del incienso invadía el ambiente embriagando a los asistentes de satisfacción,
menos a los otros pretendientes que por curiosidad entraron en el templo, al
salir insultaban a don Regino de la Cueva por que los había alejado de su
morada donde guardaba como oro a doña Gracia de la Cueva.
Adoloridos
se retiraron, apodando al chaparrito don Regino, El Duende, nombre que se le quedó a la calle, según la fama, que,
como guardaba en arcón antiguo, llegó hasta nuestros días con el perfume de las
esencias de entonces, traídas de la China y del Japón por la famosa Nao.
Como me lo
contaron te lo cuento.
De
Paula León, Francisco (1995), Leyendas de
la muy noble y leal ciudad de Valladolid hoy Morelia, México: UMSNH /IMC.
pp. 123-131